Tres poemas de Víctor Hugo.

Poemas — Víctor Hugo.
Víctor Hugo, es considerado uno de los grandes maestros de la literatura francesa y universal. Autor de la famosa novela "Les Miserables".
Un genio del Romanticismo.


A una mujer.
¡Niña!, si yo fuera rey daría mi reino,
mi trono, mi cetro y mi pueblo arrodillado,
mi corona de oro, mis piscinas de pórfido,
y mis flotas, para las que no bastaría el mar,
por una mirada tuya.
Si yo fuera Dios, la tierra y las olas,
los ángeles, los demonios sujetos a mi ley.
Y el profundo caos de profunda entraña,
la eternidad, el espacio, los cielos, los mundos
¡daría por un beso tuyo!

Quien no ama no vive.
Quienquiera que fueres, óyeme:
si con ávidas miradas
nunca tú a la luz del véspero
has seguido las pisadas,
el andar süave y rítmico
   de una celeste visión;
O tal vez un velo cándido,
cual meteoro esplendente, 
que pasa, y en sombras fúnebres 
ocúltase de repente, 
dejando de luz purísima 
   un rastro en el corazón;
Si sólo porque en imágenes
te la reveló el poeta,
la dicha conoces íntima,
la felicidad secreta,
del que árbitro se alza único
   de otro enamorado ser;
Del que más nocturnas lámparas
no ve, ni otros soles claros,
ni lleva en revuelto piélago
más luz de estrellas ni faros
que aquella que vierten mágica
    los ojos de una mujer;
Si el fin de sarao espléndido
nunca tú aguardaste afuera,
embozado, mudo, tétrico
mientras en la alta vidriera
reflejos se cruzan pálidos
   del voluptuoso vaivén),
Para ver si como ráfaga
luminosa a la salida,
con un sonreír benévolo
te vuelve esperanza y vida 
joven beldad de ojos lánguidos,
   orlada en flores la sien.
Si celoso tú y colérico
no has visto una blanca mano 
usurpada, en fiesta pública,
por la de galán profano, 
y el seno que adoras, próximo 
   a otro pecho, palpitar;
Ni has devorado los ímpetus
de reconcentrada ira,
rodar viendo el valse impúdico
que deshoja, mientras gira 
en vertiginoso círculo,
   flores y niñas al par;
Si con la luz del crepúsculo 
no has bajado las colinas,
henchida sintiendo el ánima
de emociones mil divinas,
ni a lo largo de los álamos 
   grato el pasear te fue;
Si en tanto que en la alta bóveda
un astro y otro relumbra,
dos corazones simpáticos
no gozasteis la penumbra, 
hablando palabras místicas,
   baja la voz, tardo el pie;
Si nunca al roce magnético 
temblaste de ángel soñado;
si nunca un Te amo dulcísimo,
tímidamente exhalado,
quedó sonando en tu espíritu
   cual perenne vibración;
Si no has mirado con lástima 
al hombre sediento de oro, 
para el que en vano munífico 
brinda el amor su tesoro,
y de regio cetro y púrpura 
   no tuviste compasión;
Si en medio de noche lóbrega
cuando todo duerme y calla,
y ella goza sueño plácido, 
contigo mismo en batalla
no te desataste en lágrimas
   con un despecho infantil;
Si enloquecido o sonámbulo
no la has llamado mil veces, 
quizá mezclando frenético
las blasfemias a las preces,
también a la muerte, mísero, 
   invocando veces mil;
Si una mirada benéfica
no has sentido que desciende
a tu seno, como súbito
lampo que las sombras hiende
y ver nos hace beatífica
   región de serena luz;
O tal vez el ceño gélido
sufriendo de la que adoras, 
no desfalleciste exánime, 
misterios de amor ignoras; 
ni tú has probado sus éxtasis
   ni tú has llevado su cruz.

La Belleza y la Muerte.
La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,
trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened
luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
aves hechas de luz en los bosques sombríos.
Más cercanos, Judith, están nuestros destinos
de lo que se supone al ver nuestros dos rostros;
el abismo divino aparece en tus ojos,
y yo siento la sima estrellada en el alma;
mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,
tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.

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